La vida es muy
peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a
ver lo que pasa.
El
modo de vida contemporáneo es una carrera contra el tiempo que atenta contra la
vida en todas sus expresiones. Desde el más pequeño ser vivo hasta las
creaciones más esplendorosas se encuentran en un momento de zozobra mientras el
presente continúa su curso hacia un futuro algunas veces muy incierto.
Reconocer que toda la vida en la tierra se encuentra en un hilo y que de
continuar en la vía que la humanidad está trazando es el rumbo a la destrucción
es sólo el primer paso para que esa dirección cambie.
Pero,
¿Cómo lograr el cambio en una gran parte de la humanidad que corre cada día
sobre su existencia sin reflexionar sobre su huella en el planeta, en la
historia y las consecuencias para el futuro? ¿Sin conectarse con el mundo que
lo rodea y la interdependencia con éste? La Carta a la Tierra implica una serie
de cambios que sólo serán posibles cuando cada persona pueda transformar su
mentalidad y dar un paso a la vez para reconciliarse con la vida. Ese sería el
pilar que sobrecogería el mejoramiento de nuestro futuro: ante todo respetar la
vida en todas sus formas, conscientes de la dependencia que tenemos de todo lo
que nos rodea para poder sobrevivir como especie. Respeto, entendido como la
consideración hacia los otros enmarcada por el reconocimiento de los límites
que se tiene como ser vivo, implica crear y renovar nuestras conductas y
comportamientos para alcanzar el equilibrio desde nuestra situación en el
mundo. Y no es algo que lleve mucho tiempo, según algunos estudiosos es suficiente
con 28 días de repetir una conducta para que se convierta en hábito y así se
conforme en parte de la rutina cotidiana. Si cada ser humano se concientiza de
este sendero de destrucción al que nos dirigimos y trata de integrar un paso a
la vez, una conducta a la vez a favor de la vida, todo será diferente.
Respeto a la
vida, valorar a los demás seres vivos como semejantes en el derecho a cohabitar
la tierra, entender que todas nuestras acciones alteran en alguna medida a un
otro y minimizar este efecto para que resulte lo menos negativo posible es la
base del cambio. Es recuperar esa relación ancestral que nuestros aborígenes
tenían con la naturaleza y reconocernos como equivalentes, asimismo como necesariamente
sujetos a los demás; eso nos ayudará a encontrar ese equilibrio que obliga a meditar
cada acción que realizamos enfocándola hacia el futuro. Además, discernir como
igual a ese otro ser viviente y respetarlo como tal, nos coloca en un mundo en
el cual los derechos prevalecen sobre los actos y, en consecuencia, también
regiría para nuestra propia especie, sin hacer distinciones de color, género,
procedencia, etc. Sería la diversidad de la vida aceptada en todas sus
dimensiones, la utopía por la máxima expresión del respeto y la tolerancia
alrededor de la búsqueda de un bien común: el mantenimiento de la vida en el
planeta.
Una
vez que este precepto se ha incluido en la forma de pensar y actuar se puede
dar el paso más fuerte, en este caso, lograr que se propague a otras esferas:
las relaciones familiares, interpersonales y laborales. Al mantener una
perspectiva coherente de respeto por la vida desde el discurso hasta la
práctica, se hace posible expandirla a otras personas con acciones concretas.
Tomando como ejemplo el ámbito laboral, para quienes su mentalidad contemple
esta relación intrínseca con el medio ambiente, les será más fácil ser
consecuentes con las medidas que su organización haya establecido para mitigar
el impacto ambiental o inclusive ser proactivo a favor de la naturaleza y
proponer ideas innovadoras (no por ello complicadas) para colaborar en esta
vía.
Si
bien es cierto muchas empresas cuentan con “medidas ambientales” estas no serán
plausibles si las personas que la integran no se comprometen a seguirlas, y ese
compromiso debe nacer desde una visión de mundo compartida en la cual todos y
todas reflejen valores similares hacia el respeto por la vida. Una organización
medioambientalmente exitosa no la conforman cuatro paredes o disposiciones obligatorias que sólo se
cumplen en ese lugar, son personas que adquieren un sentido coherente de
responsabilidad y compromiso hacia el planeta. Realmente es un reto que se debe
asumir.
En un mundo
globalizado donde el estilo de vida acelerado no favorece la reflexión y
meditación sobre el papel de un solo ser en esta tierra, se puede perder la
perspectiva del sí mismo y de la responsabilidad de cada uno en un asunto tan extenso,
pero que inevitablemente nos compete a todos. Enfrentar la cotidianidad con
sabiduría y acorde a un equilibrio con los otros seres vivientes llevaría al
cambio radical: son las personas quienes mueven el mundo, construyen la
historia y definen el futuro, con una actitud de respeto a la vida y la unión
de los esfuerzos de cada uno en favor del planeta se pueden crear y lograr
medidas exitosas para salvar nuestra existencia.
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